Leer el ensayo del señor William Ospina, "La Franja Amarilla", me hizo reencontrarme con un sentimiento que ha venido
creciendo en mí en los últimos años. Puede parecer desalentador, bastante facilista
y poco profesional en un estudiante de periodismo, pero yo, Camilo Angarita,
con 22 años de vida y siete semestres de mi carrera, ya no tengo ninguna
esperanza en este territorio en el que me tocó nacer y habitar casi toda mi
vida.
Toda mi vida viví en Bogotá,
solo un año estuve ausente de mi ciudad y radicado en la hermosa Buenos Aires y
fue suficiente para entender que hay un montón de aspectos culturales que no
permiten el desarrollo y buen funcionamiento de Colombia como una patria
decente de la cual se pueda sentir orgullo.
No quiero que el que me lee
piense que soy un clásico “mamerto” que se queja de todo lo que ve en su país,
de esos hay muchos y lo pude comprobar viviendo en el exterior. Nuestro país
tiene varias cosas buenas, las cuales me gustan mucho y mentiría si dijera que
no se extrañan cuando se tienen.
El frío cómodo de Bogotá, la
variedad en galerías cuando uno va a la tienda, la cordialidad de la gente en
muchas regiones del país, el barrio, el parque, los amigos y hasta las drogas
se puede decir que me hacen sentir que soy colombiano y me gusta este lugar.
Pero siento un poco más objetivo, y apartándome de todo lo que soy, diré que
todas esas cosas no me gustarían si no hubiera nacido acá. Tal vez las
remplazaría con otras actividades más comunes en el país que me hubiese tocado
nacer. Entonces no es tan libre mi decisión de las cosas que me gustan de
nuestra tierra.
Sí, son varias cosas buenas
que tiene Colombia. Cada uno tendrá las propias para destacar. Pero todas estas
son insignificantes al lado del montón de desgracias, desigualdades,
injusticias y retraso que presenta nuestro país. Vivimos en un pueblo muy
grande que se quedó en el siglo XX y nadie se quiso dar cuenta.
Ospina hace una descripción
casi que perfecta de los momentos históricos claves por los que Colombia nunca
dio el salto que se esperaba, y que hace muchísimos años, dieron la mayoría de
países en condiciones más o menos parecidas a las nuestras. La Guerra de los
1000 días, el asesinato de Gaitán, la época de La Violencia y así podría seguir
numerando miles de hechos que hasta el día de ayer demuestran que nuestro país
no aprende, no se revela y está cómodo en su desgracia.
Hablar de Colombia como el
país de la “contrarrevolución” me parece lo más destacado que hizo el autor en
su texto. Y es que no hay un término más acertado y más cercano para describir,
no esa actitud de comodidad solamente, sino ese rechazo absoluto a la protesta,
al exigir los derechos, a luchar por lo justo que tiene el colombiano promedio.
Y es que el Estado ha hecho
tan bien su trabajo (para ellos mismos) que ha anulado casi que por completo la
actitud de lucha del colombiano. Al contrario ha generado un fuerte ataque
mediático desde siempre a la persona que se ha puesto en contra del orden
constituido. Y lo han hecho tan bien, que se ha vuelto prácticamente un acto
cultural.
Solo basta ver el
significado que tiene la palabra “guerrillero” en el continente y la marcada
diferencia que tiene este mismo en Colombia. Claro, me van a decir que la misma
guerrilla colombiana se ha encargado de tener la imagen que tiene, que atacan a
la población civil, etc., etc., etc… Pero es bastante curioso salir de nuestro
territorio y ver el respeto tan grande que se tiene por el término “güerilla” y
lo que representa en cuestiones de la lucha popular, de los pueblos que se han
cansado de las injusticias. En casi todo el continente se reivindica este
concepto, un colombiano fuera del país le cuesta mucho entenderlo. Porque
mediáticamente se le ha hecho creer que todo lo malo que le ocurre a Colombia
es por la guerrilla, pero personalmente siempre he pensado que sería una locura
(si se puede ser más loco aún) que un país como el nuestro, con todas las
desigualdades que tiene, no tuviera una guerrilla, un grupo radical inconforme
con el orden “natural” de las cosas en Colombia.
Otro ejemplo claro de cómo
el colombiano promedio ve con malos ojos a los ciudadanos que exigen sus derechos,
son los estudiantes, que en los últimos años tuvieron varias marchas en las cuales
exigían un sistema educativo de mayor calidad y mayor accesibilidad. Algo
obvio, Colombia es un país donde estudiar en una universidad pública es casi un
logro para presumir y estudiar en una privada es casi que un sacrificio de
endeudamiento de por vida. Una locura, por algo tan obvio como es querer ser
profesional para su propio país.
Las personas llaman
“revoltosos”, “vándalos” y a veces hasta guerrilleros a los estudiantes que ven
en una marcha. Como queriendo decir que todo está bien en Colombia, que no
saben porque protestan, que mejor deberían ponerse a trabajar… Un contra
ejemplo hermoso es Chile, que estuvo en marchas estudiantiles por el mismo
tiempo que nuestro país, pero allá se sostuvo hasta las últimas semanas en las
que el gobierno declaro que iban a impulsar la educación gratuita… ¡Ganaron!
Ganó un pueblo que sabía que algo estaba mal y lo tenían que cambiar. ¿Y
Colombia? “Bien”, gracias… Acá sigo, yo un estudiante colombiano, pagando
cuatro millones de pesos, que no tengo, cada cuatro meses.
Entonces Ospina uso más que
bien los términos. Y es que en realidad es muy cierto cuando habla de la época
de La Violencia. El colombiano es muy manipulable y solo se mueve por intereses
externos. Nos manejan tan bien que aún no me lo explico. Así como se mataban en
su momento por ser rojo o azul, ahora las marchas más gigantescas que se hacen
es cuando es a favor del gobierno. Como la de hace algunos años en contra de
las FARC, que no era más que un apoyo contundente al gobierno de Uribe por parte
de este pueblo sumiso que no le importaba que no tuviera salud, seguridad, ni
educación… Mucho menos que siguieran desapareciendo pobres y encontrados
muertos vistiendo ropa de la guerrilla… La gente siempre quiere pensar que el
problema son las FARC.
Alejándome un poco de
nuestro conflicto interno y entrando a cosas más sencillas, más concretas.
Siento que el colombiano tiene una actitud de comodidad, o más bien de pereza
al actuar, ante cualquier situación. Parece que nada lo moviera, que la fe en
su Dios, fuera hacer que solucionara todos los problemas, sin mover si quiera
un dedo.
Alguna vez una profesora
insistía en que el anterior problema de Colombia se lo debíamos exclusivamente
a los pisos térmicos de nuestro país. Recalcaba ella, que un país con estaciones
no vive tan cómodo como el nuestro. Que la gente trabaja y se prepara para el
invierno, o el verano. Que la gente sabe que va a tener sequía y se prepara
para estar bien siempre y que no le falte nada. Esa comodidad de nuestros
climas, el mismo todo el año, dice ella que influye notoriamente en la forma de
comportarse del colombiano. En esa actitud cómoda, relajada y sin ganas de
tener algo mejor. Creo que tiene razón en muchas cosas, pero no es el clima, es
el colombiano en sí. Una raza que le han hecho pensar que ser el segundo país
más feliz del mundo es un orgullo, en vez de una vergüenza ante tantas
desgracias que se viven en este pueblo.
Y no quiero quedarme en ese
argumento tan simplista que el colombiano solo es patriota cuando juega la selección,
porque siento que el fútbol es una expresión cultural hermosa que nada tiene
que ver con estúpidos nacionalismos. La selección emociona a los futboleros, y los futboleros son
futboleros porque aman el deporte, no por amar a la patria. Los demás, solo
están viviendo un momento de euforia colectiva y lo podrían vivir con cualquier
otra cosa que les dijeran que los representa a ellos mismos.
El nacionalismo no me parece
algo necesario, pienso que se debe querer donde se nace, donde se crece y trabajar
para que ese lugar este mejor en un futuro. Acá la gente presume un
nacionalismo falso, un amor por su tierra exagerado pero actúa todo el tiempo
para que como país estemos peor.
En Colombia se estigmatiza
la marihuana, que ironía… Se rechaza y discrimina a los homosexuales, no se
respeta al de otra religión, se ataca directamente al ateo, etc. Y todo esto es
por tener una visión católica ante todos los fenómenos de la humanidad. La
religión es nuestra verdadera ancla al subdesarrollo, es la que nos ha obligado
a seguir siendo un país “godo”, que se resiste a cualquier cosa que sea nueva o
que huela a izquierda.
Uno de los puntos clave en
los que mi posición como colombiano que cree en un futuro mejor, se fue al piso
y no quiso levantarse nunca más, fue las más de tres oportunidades en las que
se intentó destituir al alcalde de nuestra ciudad, Gustavo Petro. No les
importaba que hubiese ganado por voto popular, no les interesó las masas
gigantescas que se movilizaban hasta la Plaza de Bolívar exigiendo respeto por
su alcalde y por su voto. Los poderosos del país seguían atacando al alcalde
diferente, al que no prestaba su firma a corruptos y que al contrario los
denunciaba. Se encargaron de acabar su vida política y una posible candidatura
a la presidencia. Es ilógico, el alcalde que prohibió las corridas de toros, re
abrió escuelas y hospitales, atendió a los indigentes de la ciudad, acabo con
esas malditas “zorras” que esclavizaban a los pobres caballos por la ciudad,
apoyo a los homosexuales y mostró su posición a favor de la legalización de la
marihuana, es casi que visto como el peor alcalde en mucho tiempo de Bogotá.
Así no tenga ni un solo acto de corrupción comprobado (en este país donde casi
todos son corruptos) Una persona del siglo XXI no es bien recibida en este país
godo. En ese momento a la mierda se me fue la esperanza. No estoy defendiendo
un alcalde, un político, ni una persona… Estoy defendiendo unos ideales que no
dejan que prosperen en nuestro país y que cuando uno va al exterior sienta como
si viniera del pasado por ese mismo atraso en el que se vive en Colombia.
Yo sé que la gente dirá que
uno no hace nada para mejorar las cosas en Colombia y en algún momento pensé
que debía hacer más… Los revolucionarios creen que hay que dar la vida por la
patria, por una mejor Colombia. Yo en cambio siento que no vale la pena dar la
vida por un país tan desagradecido como este. Para la muestra tenemos a Jorge
Eliecer Gaitán y Jaime Garzón. Respetados y queridos en el exterior y en
Colombia asesinados… Yo mejor trato de no hacerle daño a nadie y vivir
tranquilo. Lograr estar mejor cada día y que lo estén mis amigos y mis
familiares. Puede ser algo individualista, pero es todo lo que me ha dejado
esta Colombia sin esperanza de la ya a esta altura no espero nada.