Nuestro
América se jugaba un partido fundamental en el campeonato, ya se acercaban las
finales y el equipo estaba a pocos puntos de la clasificación a las finales. El
rival que nos correspondía no podía ser mejor, era el de siempre, el de tantas
finales, al que más se le disfruta ganar pero también con el que más dolían las
derrotas, el Atlético Nacional. Teniendo en cuenta todos estos ingredientes
empezamos a organizar el viaje y con 100 muchachos de la ciudad de Bogotá
fuimos al estadio Atanasio Girardot y una vez más acompañamos a la mechita.
Salíamos
de la ciudad de Medellín con el objetivo cumplido de acompañar al Rojo, ahora
había que volver a la realidad, en Bogotá, donde la mayoría de los muchachos
estaban haciendo sus primeros semestres de universidad y otros estaban por
ingresar. Nos empezábamos a tomar la vida más en serio y ya no se tenía el
mismo tiempo para viajar, por lo que juntar 100 personas para ese partido había
sido un gran mérito de nosotros como barra del América en la capital.
Justo
en la vía que conduce a Cisneros, municipio de Antioquia, tuvimos que estar, por
varios minutos, con los buses detenidos debido a un trancón de mulas. En éste,
lamentablemente, también se encontraban buses de hinchas de Nacional que regresaban
a Bucaramanga. No quiero justificar nuestros actos, pero el enfrentamiento era
inevitable, nada nos asustaba, total por esa época nada pasaba de unos vidrios
rotos, unos puños, morados, chichones y una que otra herida menor.
El
ambiente se puso tenso y empezaron a volar piedras de lado en lado, vimos que
ellos ya se habían bajado de sus buses y decidimos hacer lo mismo y comenzó la
clásica riña entre hinchas a la que ya nos estábamos acostumbrado. Luego de
unos minutos de enfrentamientos y varios vidrios rotos, de un momento apareció
una camioneta de la que bajaron varios hombres armados que portaban gorras
camufladas, botas y gafas oscuras. Llegaron dando tiros al aire y nosotros sin
entender nada, el miedo se apoderó tanto de nosotros como de los verdes.
Algunos alcanzaron a esconderse debajo de las sillas de los buses, otros no
tuvimos tiempo y nos arrojamos al piso en plena carretera.
Los
hombres armados comenzaron a interrogarnos, preguntaban quién había comenzado
la pelea y en una de esas, uno de los conductores de los buses de los hinchas
de Nacional, señaló a dos de nuestros amigos, tal vez por mechudos y ofendido
por los vidrios rotos de su bus, aunque los nuestros estaban igual. Ese hombre
nunca se imaginó que con esa acusación iba tener las consecuencias que trajo
esa terrible noche.
Mientras
todos nos cagábamos del susto, hicieron pasar adelante a nuestros dos amigos,
los hicieron arrodillar y los asesinaron a la vista de todos gritando: “Estos
es Antioquia y Antioquia se respeta, hijueputas… Acá no van a venir a hacer lo
que se les dé la gana”. Todos estábamos “haciendo lo que nos daba la gana” pero
esa noche cayeron dos de nuestros amigos tuvieron que dejar la vida en las
carreteras de Antioquia. Eran Juan Manuel Bermúdez, de 20 años, estudiante de
sexto semestre de ingeniería civil en la Escuela Colombiana de Ingeniería, y
Alex Julián Gomez, de 23 años, estudiante sociología de la Universidad
Nacional.
Consternados
por lo sucedido, se nos ordenó continuar nuestro camino hacía Bogotá, dejando
los cuerpos de nuestros compañeros tirados en la carretera. La gente nos
aconsejaba que dejáramos así y nos evitáramos problemas ya que esa zona era
peligrosa y esos hombres eran pertenecientes al Bloque Metro de las
Autodefensas Unidas de Córdoba y Urabá. Los paramilitares continuaban sus
amenazas diciendo: “¿Quieren más? ¡Aguanta matar a más de uno!”. Asustados pero
sin entender que acababan a matar a dos de nuestros amigos llegamos a Cisneros,
donde la policía ya sabía todo lo sucedido.
Ahí
tuvimos que estar reunidos los hinchas de Nacional y América para responder por
todos los daños y los vidrios rotos, parecía que a nadie le importaba que
tuviéramos dos muertos. Se nos aconsejó volver escoltados a Bogotá y nos
informaron que ellos se encargarían de los cuerpos de Alex Julián y Juan Manuel
ya que solo hasta las horas de la mañana se podía hacer el levantamiento.
Volvimos
a la ciudad sin querer volver, hubiésemos preferido quedarnos allá con nuestros
amigos, el dolor era indescriptible, teníamos que volver a las casas y
explicarles a las familias lo que había sucedido. Fue un momento en el que
muchos decidieron alejarse del equipo y de la barra y no los culpó, el golpe
había sido terriblemente fuerte.
Con
los padres de uno de nuestros compañeros caído esa noche, creamos una fundación
que quería orientar a los jóvenes que viven y se desviven por la pasión del
fútbol, queriendo evitar los enfrentamientos y promoviendo la fiesta y la vida
en las canchas de fútbol. Hasta el día de hoy la fundación Juan Manuel Bermúdez
Nieto sigue albergando a todos los muchachos pertenecientes a las diferentes
barras de Bogotá en las que se les da oportunidades de trabajo y estudio. En
cuanto a la barra se debilitó por un tiempo, ya que la gente no se sentía con
confianza de viajar a ver al equipo después de lo sucedido. Juan Manuel y Alex
Julián fueron sepultados en Bogotá sin ningún responsable detenido por sus
asesinatos ya que los medios se encargaron de presentar la noticia como otra
pelea de barras bravas en Colombia, ignorando por completo que se trataba de
paramilitares imponiendo “justicia” a sangre y fuego por las carreteras del
país.